El Mago, por Isabelle Eberhardt

(traducción del francés “Le Magicien”)

 

Si Abd-es-Sélèm vivía en una decrépita casa de piedra, groseramente encalada, sobre cuyo techo descansaba el tronco curvo de una vieja higuera de hojas grandes y gruesas.

Un par de las habitaciones del refugio estaban en ruinas. Las dos restantes, ligeramente más altas, guardaban la orgullosa pobreza y las extrañas meditaciones de Si Abd-es-Sélèm, el Marroquí. Continue reading

Guardarropa de disfraces*, por Walter Benjamin

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El portador de la noticia de una defunción se tiene por muy importante. Su sentimiento lo hace -contra toda razón- mensajero del reino de los muertos. La comunidad de todos los muertos es tan grande que incluso aquel que sólo informa de una muerte es consciente de esto. Ad plures ire [1] era la expresión de los latinos al morir. Continue reading

Haiku de despedida de Chiyoni*, por Richard Tice

“Life of the Buddha: Abandoning Palace Life”, Japan, early 15th century

El haiku¹ solía tener una función muy social. Antes del siglo XX, la mayoría se escribía en reuniones sociales o en momentos de saludos y despedidas, y el anfitrión o el invitado o ambos creaban haiku el uno para el otro. Tales poemas se llamaban aisatsu hokku, un haiku de saludo o saludo, que a menudo se da como regalo a un visitante (Donegan e Ishibashi 68-70). Generalmente alegre y elogioso, el haiku afirmaba la vida. En contraste, otro haiku social se escribía una sola vez, el jisei hokku. Tradicionalmente, los monjes budistas y muchos poetas dejaron un jisei, un poema de despedida a la vida, creado en el lecho de muerte por el poeta y grabado por un seguidor o amigo. Continue reading

Joseph Conrad y T. E. Lawrence, por Ton Hoenselaars y Gene M. Moore

Joseph Conrad y T. E. Lawrence se encontraron sólo una vez, sin embargo, cada uno causó una impresión honda y favorable en el otro, como lo muestran los esfuerzos de Conrad para que Lawrence tenga la edición especial de sus memorias, y la abundancia de referencias a Conrad en las cartas y comentarios registrados de Lawrence. Sucedió en el verano boreal de 1920. Lawrence se encontraba en la cima de su carrera como escritor y consejero político. Conrad, por el contrario, estaba al límite de sus fuerzas, tenía sesenta y dos años, treinta más que Lawrence y padecía ataques crónicos de gota. A continuación transcripción parcial* (pág 8). Continue reading

Iluminación negra: el zen y la poesía de la muerte, por Eugene Thacker

Especial para The Japan Times, publicado el 2 de julio de 2016*

El artista Tsukioka Yoshitoshi con su poema de la muerte: “Reteniendo la noche / con su brillo creciente / la luna de verano” (detalle). Fuente: The Japan Times

Una mañana de invierno de 1360, el maestro zen Kozan Ichikyo reunió a sus discípulos. Kozan, de 77 años, les dijo que, tras su muerte, deberían enterrar su cuerpo, no realizar ninguna ceremonia y no celebrar ningún servicio en su memoria. Sentado en la postura zen tradicional, escribió lo siguiente:

Con las manos vacías entré al mundo

Descalzo lo dejo.

Mi llegada, mi partida

Dos simples sucesos

Se han entrelazado (1)

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Pero Venceremos, por Nelson Algren

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Robert Frank, Sagamore Cafeteria, New York City, 1955

“He estado en más peleas de salón”, me aseguró O’Connor, “he estado en más peleas de salón”.

Pero ya nadie le presta atención a O’Connor. O’Connor es O’Connor y lo hemos escuchado todo antes. Hay cerveza bock y un juego de bingo que casi ganas y una máquina de discos que todavía reproduce “Lili Marlene”, y de cualquier modo todos tenemos nuestros propios problemas. Continue reading

Incertidumbre, de David Lindley

IncertidumbreEinstein, Heisenberg, Bohr y la lucha por el alma de la ciencia

Introducción

Si la ciencia es el intento de extraer orden de la confusión, a principios de 1927 se desvió hacia un camino inesperado. En marzo de ese año, Werner Heisenberg, un físico de solo veinticinco años pero ya de renombre internacional, estableció un razonamiento científico que era, en igual medida, simple, sutil y sorprendente. El propio Heisenberg difícilmente podría afirmar que sabía exactamente lo que había hecho. Luchó por encontrar una palabra adecuada para captar su sentido. La mayoría de las veces usaba una palabra alemana traducida fácilmente como “inexactitud”. En un par de lugares, con una intención ligeramente diferente, probó con “indeterminación”. Pero bajo la presión irresistible de su mentor y por momentos jefe de tareas Niels Bohr, Heisenberg agregó a regañadientes una anotación (1) que trajo una nueva palabra al escenario: incertidumbre. Y así fue que el descubrimiento de Heisenberg se hizo conocido indeleblemente como el principio de incertidumbre. Continue reading